Biden también quiere ser el ‘poli bueno’

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«Ganaremos esta batalla, y la ganaremos juntos». Un aplauso cerró ayer la intervención de Eric Adams, el alcalde de Nueva York, en el funeral de un policía caído en servicio. Con otro regidor –sin ir más lejos, con su antecesor, Bill de Blasio–, es probable que fuera recibido con un murmullo de descontento o incluso que algún reproche retumbara en la catedral de San Patricio. Fuera, en la Quinta Avenida, con un mar azul de uniformes de compañeros cuadrados para el paso del féretro, hubiera sido peor (en una ocasión similar, a De Blasio le recibieron de espaldas).

Con Adams es diferente. La clave de su llegada inesperada a la alcaldía de la principal ciudad de EE.UU. es su

mensaje duro sobre el crimen. Se impuso en las primarias demócratas del año pasado con una posición contracorriente en el partido sobre la policía, la ley y el orden. Ahora, en medio de una oleada de violencia en Nueva York y en todo EE.UU., y de un pico poco habitual de tiroteos contra policías, su figura y su mensaje son más relevantes que nunca. Por eso tiene hoy un invitado de excepción: Joe Biden se plantará en la Gran Manzana para un arrimón en toda regla. El presidente de EE.UU., hundido en las encuestas, con un mensaje sobre crimen endeble, quiere capitalizar la figura de Adams.

La visita presidencial ocurre en un contexto de especial dureza para las fuerzas de seguridad en Nueva York. El de ayer era el segundo funeral de un policía en una semana al que asistía Adams. Se trataba de dos agentes –Wilbert Mora y Jason Rivera– que murieron la semana pasada por los disparos de un sospechoso tras acudir a una llamada de emergencia por violencia doméstica. En lo que va de año, han muerto cinco policías en Nueva York tiroteados en acto de servicio, algo muy poco habitual. La última vez que un agente murió en esas circunstancias fue en diciembre de 2019. Desde el púlpito de San Patricio, Adams pronunció las palabras que la policía y la mayoría de los vecinos quieren escuchar: «Somos los neoyorquinos contra los criminales, y no perderemos, protegeremos nuestra ciudad», «los agentes tendréis los recursos para esta pelea», «protegeremos a los que arriesgan su vida cada día».

Los ecos de George Floyd

En medio de convulsiones sociales en EE.UU. en los dos últimos años y entre guerras internas en el partido demócrata, Biden ha sido incapaz de armar un mensaje con esa contundencia. La campaña de su elección en 2020 coincidió con el verano de manifestaciones, protestas y disturbios que emergieron por la muerte de George Floyd –el hombre negro al que un policía de Mineápolis asfixió hasta la muerte en un arresto– y que llevó al país a una reflexión sobre la persistencia del racismo, en especial en el trato policial y de la justicia a la minoría negra. Las corrientes izquierdistas radicalizaron el mensaje que proyectaron esas protestas hacia exigencias de «recortes» e, incluso, «abolición» de la policía.

Muchos líderes demócratas abrazaron esos lemas, lo que puso en un aprieto a Biden, que se jugaba la Casa Blanca frente a Donald Trump, un defensor sin ambages del las fuerzas de seguridad. El candidato demócrata tomó el camino de en medio, con promesas de reformas en los cuerpos de policía, pero sin caer en las peticiones más radicales. Era la posición moderada, que fue decisiva en su victoria electoral, tanto en las primarias demócratas como después en la batalla final con Trump.

Tras un año en la presidencia, sin embargo, la posición de Biden en la lucha contra el crimen violento, respaldo a la policía o justicia criminal parece insuficiente. Su mandato coincide con una oleada de violencia en EE.UU. Se desató en 2020, cuando él todavía no estaba en el cargo, coincidiendo con la pandemia de Covid-19: aquel año la tasa de homicidios creció un 27% en EE.UU. El año pasado, volvió a crecer, y está ahora a unos niveles no vistos desde mediados de la década de 1990, una era de sangre y plomo en la primera potencia mundial.

Los republicanos y sus aliados en los medios lo han mezclado con los mensajes ‘antipolicía’ que emergen del partido de Biden y con los récords de entradas de inmigrantes indocumentados en la frontera con México para retratar a un presidente blando con el crimen. En medio de muchas otras crisis –la inflación disparada, la persistencia de la pandemia, el bochorno de Afganistán, la incapacidad para impulsar su agenda en el Congreso, las tensiones con Rusia–, el crimen violento ha contribuido a hundir a Biden en las encuestas. Poco más de un tercio de los estadounidenses (36%) aprueba la gestión de Biden del crimen, según una encuesta del mes pasado de ABC News/Ipsos, frente al 43% de octubre. Un sondeo de Pew Research de la semana pasada muestra que el 59% de los entrevistados no confían en la capacidad del presidente para «gestionar con efectividad asuntos relativos a las fuerzas de seguridad y a la justicia criminal».

Sensación de inseguridad

Adams no tiene ese problema, al menos en los primeros compases de su mandato. Ha encontrado un mensaje transversal sobre lucha contra el crimen al que se adscriben votantes de los dos partidos. Las páginas editoriales de los dos principales diarios locales –‘The New York Post’ y ‘Daily News’– han aplaudido sus propuestas. Convence al jefe del sindicato de policías y al concejal demócrata de un barrio marginal castigado por la violencia. Ha recibido, eso sí, críticas feroces de los sectores izquierdistas demócratas en la ciudad, sobre todo tras presentar su plan para combatir la violencia, que incluye la recuperación de un grupo de agentes de paisano contra el uso de armas ilegales, y por sus peticiones de endurecimiento de algunas normas en justicia criminal.

Pero en Nueva York ha calado la sensación de inseguridad –no solo por los homicidios: los incidentes violentos registrados en el metro el año pasado fueron los más altos desde 1997– y Adams, de momento, puede sacudirse esas críticas con facilidad. El alcalde, de hecho, parece empeñado en demostrar que nunca ha dejado de ser policía (se retiró del cuerpo en 2006, como capitán, tras 22 años de servicio). En su primer día como alcalde, llamó al 911 –acompañado por los medios–, para informar de una pelea que había presenciado. Es habitual que aparezca vestido con una chaqueta del departamento de policía. Ese aroma populista lo acompaña con una presencia constante entre sus vecinos. No ha dejado de visitar a las familias de neoyorquinos víctimas de la violencia, ha estado en los hospitales donde tratan a policías heridos. Es algo que viene de su época de presidente del distrito de Brooklyn, donde no había acto vecinal, entrega de diplomas o inauguración de un negocio sin su aparición.

La Casa Blanca ha asegurado que el objetivo de la visita de Biden es «discutir la estrategia de su Administración para combatir el crimen con armas de fuego, que incluye una inversión histórica para que las ciudades y estados pongan más agentes en servicio e inviertan en programas de prevención e intervención frente a la violencia». Pero Biden viene sobre todo a sacarse la foto con Adams. Es uno de esos casos raros en los que el presidente no es un trampolín para el político local. En lo que tiene que ver con el crimen, todo lo contrario.

Fuente: ABC

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